domingo, 22 de febrero de 2015

LA INGESTA DE CARNE EN LA EVOLUCIÓN

Según la taxonomía u ordenación clásica, en el género Homo no se incluían los Póngidos, es decir, chimpancés, gorilas y orangutanes, pero a partir de los años 80 las investigaciones moleculares de ADN propiciaron el cambio y se empezó a hablar de la familia de los Homínidos para referirse a ambos géneros. El primate, hace 66 millones de años, en la era del Cenozoico, tenía el tamaño de una ardilla. La selección natural que nos descubrió Darwin, principal mecanismo de la evolución, los había preparado así para escabullirse de su principal depredador, el dinosaurio, y poder adaptarse mejor al medio ambiente, en definitiva, tener más posibilidades de sobrevivir. Con la extinción de su depredador, aparecieron nuevas adaptaciones filogenéticas como los cinco dedos separados y un pulgar divergente, mayor sensibilidad en las yemas, ojos frontales, visión de color para distinguir el fruto maduro y menor número de crías en beneficio de su cuidado y maduración. Pero hay tres factores clave que lo sitúan como nuestro antecesor: su origen africano, la postura bípeda que permitía tener las manos libres para el transporte, y una mayor capacidad craneal. Se calcula que el más antiguo es el Australopitecinos Afarensis que luego dio lugar al Australopitecus, un linaje mucho más grácil, y al Parantropus, de mayor robustez. 

El género Homo tiene el cráneo redondeado y la cara más pequeña, primero fue el Homo Habilis caracterizado por el uso de herramientas líticas, y después el Homo Erectus y el Homo Ergaster, que se aprovechó del fuego, del hacha de mano y de las cavernas para buscar refugio. Se trata de un árbol de especiación complicado porque de una especie surgen varias ramas o "clados" que derivan en las segundas y terceras especies, conformando lo que se llama evolución por "cladogénesis". 

En todo este proceso, se ha demostrado que el tamaño de los cráneos no implicaba una mayor inteligencia pero el índice de encefalización sí que sería un buen indicativo, o sea, el peso del cerebro real en relación con el peso esperado por su tamaño corporal que, por cierto, dio grandes sorpresas: el Homo Sapiens tiene un tamaño de encéfalo 7 veces superior al que se esperaría. Así, ha ido aumentando progresivamente a un ritmo más alto que al que ha ido creciendo el tamaño del cuerpo y no sólo ha ido engordando en tamaño sino también en complejidad de conexiones neuronales y aparición de áreas de asociación implicadas en procesos de aprendizaje y memoria. 

El dato más revelador fue el cambio en la alimentación unido a la disminución del sistema digestivo con el único objetivo adaptativo de que pudiera ser el cerebro el que mayor parte de la energía gastara de todos los órganos. Un mejor rendimiento energético que, por otra parte, sólo pudo ser posible al incorporar la carne en la dieta, simplemente por su reporte de calorías muy superior al de la dieta herbíbora, y junto a ello, la cocción también ha jugado un papel clave porque ha permitido mejorar las digestiones. Así es como el Homo Sapiens ha podido ser artífice de la interacción social en grupos dentro de una cultura y de la utilización del lenguaje para comunicarse. Quizá la ingesta de carne no sea tan trivial en la vida saludable del hombre y su desarrollo ontogénico si hablamos en términos de evolución humana y filogenia.




Pinchando aquí tendréis más información sobre la evolución del cerebro y sus conexiones neuronales y en este otro enlace podréis reflexionar sobre si un fósil es capaz de poner en cuestión el origen de Lucy, la primera Australopitecus. También se habla ya del primer asesinato de la historia. Y una serie de mutaciones nos explican la ingesta de leches en humanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario